En la mayoría de los casos en que se mide un trayecto con un GPS el resultado es mayor al que anuncia el organizador. Si el trayecto se mide con el método de la AIMS, lo que implica utilizar un contador Jones (que cuesta 70 dólares), una bicicleta, y es hecha por un medidor certificado, lo probable es que esta medición sea la correcta.
¿Por qué algo tan básico como una bicicleta y un contador Jones son más precisos que un sistema de satélites que se apoya en un sofisticado software y dispositivos electrónicos de última generación?
Por varias razones: una medición hecha con GPS depende de una señal de radio que el dispositivo recibe de por lo menos tres satélites para determinar su ubicación. El problema es que la transmisión de esa señal puede verse afectada por las condiciones atmosféricas, por montañas o edificios, por la estática o por dispositivos cercanos que utilicen una frecuencia similar.
Pero eso no es todo. La medición por GPS se basa en lecturas que se registran en períodos de entre uno y varios segundos, y cada una de esas lecturas (ubicaciones), se encuentra a uno o más metros a la redonda de donde se encuentre en ese momento el GPS, lo que hace imposible que los registros se localicen sobre el trazo continuo por el que se corrió.
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Esto hace que el trazo virtual que genera el GPS sea algo así como un «zigzag», y que al sumar las distancias de todos los tramos entre sí el resultado sea necesariamente mayor a que si hubiera sido continuo.
Por estas razones la AIMS descartó el uso del GPS para medir trayectos de maratones y carreras de ruta después de cuatro años de pruebas.
Para que el trayecto de un maratón sea válido para fines de un récord mundial, nacional, olímpico, de campeonato mundial, e incluso para que sea clasificatorio para el Maratón de Boston, debe de ser medido con el método de la AIMS y cumplir sus requisitos topográficos.
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