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Determinación.
(Del lat. determinatĭo, -ōnis). 1. f. Acción y efecto de determinar. Decidir.
Mis pensamientos empezaron a volar…Y lo curioso era que no pensaba en la agitación, por ejemplo… pensaba; «Hoy no vino Pingüino… por qué no habrá venido?». Tal vez era una mantra para distraerme de tantas sensaciones extremas para mi cuerpo.
Pensaba también que si él no había venido, no sabía quién era el segundo corredor más rápido que él.
Nunca había estado ausente. Y era rápido, más rápido que cualquiera.
– Por qué le dirán «Pingüino»?. No es barrigón… no es petiso, no camina chueco… no es «tan» bobo…
«Pingüino» tiene un cuerpo flaco, desgarabado, en apariencia no sería apto para ningún deporte, pienso…
Sin sospechar que un buen fondista no necesita un cuerpo enorme, si no todo lo contrario; ser liviano y si se es pequeño, mejor.
Cuando se deja el pelo largo, los rulos empiezan a darle un aparente gran volumen a su cabeza, principalmente a los costados… por eso además le decimos «Krusty» .
Eso pensaba mientras tanto.
Y como nunca se me hubiese ocurrido, esa tarde de mi últmo año en la escuela secundaria, hace ya muchos años, tomé la punta de la «carrera». Estábamos haciendo el test de Cuper, y el corazón se me salía por la boca.
Hasta ese día, era lo más duro que había corrido en mi vida. Definitivamente. Tenía 17 años.
Yo también era muy flaco y desgarabado. Nunca hice otra actividad más que jugar un poco al fútbol con mis amigos del barrio. Ningún entrenador de nada me hubiese reclutado para sus equipos, y tampoco me importaba. Lo mío era «ser periodista y trabajar en la radio».
Pero yo tenía algunos diferenciales; justamente, era uno de los más flacos y livianos, siempre había caminado mucho, y por sobre todas las cosas… era uno de los pocos que no fumaba en ese quinto añode la escuela secundaria.
«Cinco vueltas al colegio», había anunciado el profesor. En orden de llegada nos iba a cronometrar y a poner la nota correspondiente.
Así descubrí que al menos en ese momento, yo era el más rápido después de «Pingüino».
Es el único recuerdo de haber ganado una carrera en mi vida. Atrás llegaban en este orden, los demás; los que hacían deportes de manera permanente, los flacos, los fumadores, los que estaban pasados de peso… Pero yo gané. No había medallas, ni podios, ni fotos. Había un 10. El único también que tuve en mi vida en Educación Física. Lo otro mejor, fué un 9 en abdominales, que sin saberlo, era tan importante para correr.
Con aquella escena soñé en mi ultima noche en El Cruce. Fue real, pasó de verdad alguna vez. Era un sueño y un recuerdo a la vez.
Me desperté y mi compañero de carpa ya se había ido a desayunar. Era el tercer día, el que no iba a hacer.
Habré dormido poco más de cinco horas. Una de las primeras sensaciones que tuve, fué de hambre. Mucho hambre.
Después de los episodios de vómito de la noche anterior, no había cenado, y apenas había tomado unos sorbos de agua tras haber corrido 40 kilómetros en la montaña.
Abrí los ojos y empecé a mirar en el reducido espacio, debía organizarme para armar mi bolso e irme a San Martín de Los Andes. No quería pensar más… me hacía mal saber que volvía a casa sin haber cumplido mi objetivo.
Me dispuse a levantarme… cuando apoyo los pies, detecto un nuevo dolor que se sumaba a todos los otros. Era al costado, cerca de los talones.
Habían crecido mucho las ampollas del día anterior. Estaban con líquido y pisar me hacía doler. Elegí pisar chueco, rengueando… Buen día, maldito día final.
La luz del día
Ya no estaba desanimado; esta resignado.
Me abrigué con un buzo marrón, jogging largo, y ojotas, para poder caminar sin rozar las ampollas.
Me fuí hasta la carpa del desayuno. «Vamos a provocar a esteestómago», me dije. Pero suave. Pedí mate cocido y una tostada sin nada.
Al menos no lo devolví y eso me relajó un poco. Me sentí aliviado y con un poco menos de hambre.
Así, cojeando, llegué a la carpa donde se cargaban las baterias de los Garmin y de las cámaras de fotos.
Ahí estaba Roque, el médico, atendiendo a los últimos corredores. En la corta espera, empecé a mirar a mi alrededor… veía a soldados que habían vuelto de una guerra. Los veía cojear, veía sus gestos de dolor, los veía caminar lento. Estaban casi tan explotados como yo.
Los miraba con admiración por tanto coraje. Yo sólo quería curarme las ampollas para poder caminar como una persona normal.
– Aaaah, boludo, noooo!
Eso hice ahí mismo; mis soquetes para correr… me mira, me pregunta con cara de no comprender…– Por qué usás esa medias?
– Son para correr… pero en calle, nunca corrí en la montaña… no sabía…
– Tomá estas, son mias…
Sacó de una bolso un par de medias de caña bien alta, para correr en montaña, obviamente, y me las regaló.
– Pero no voy a correr, me voy a San Martín…
– Ponetelas igual…
Salí caminando, bastante más cómodo por las vendas. Me fuí hacia mi carpa, pero antes de llegar, me senté en un lugar en soledad, donde nadie me veía, a pensar.
Epifanía.
Como si fuese un álbum de fotos en mi mente, empecé a repasar los momentos vividos, no sólo en las últimas horas, si no también en las últimas semanas.
Empecé a recordar cada kilómetro de entrenamiento, cada mañana, cada tarde, cada noche…
Me había sacrificado mucho. Había hecho un esfuerzo increíble algunas veces. Había vuelto a casa muy tarde a la noche, o había salido a correr con oscuridad antes de amanecer. Había resignado muchas cosas, había sido mi pequeña epopeya.
Pensaba en que volvería a casa destruido fisicamente y sin mi medalla. Porque, por más que me la dieran de todas maneras, el honor de un maratonista no me permitiría usarla ni mostrarla sin haber completado la distancia. Un corredor que corre con el corazón no miente, ni se miente.
No corta camino, no roba metros, no inventa, no usa una medalla que no ganó de verdad.
Las medallas no se pagan, se ganan corriendo.
Es honor. Eso es ser maratonista.
Las lágrimas me llenaron los ojos. No quería que me vieran, por más que cualquiera en ese lugar me hubiese entendido.
Y los volví a mirar a la distancia; estaban ahí, como yo, con sus cuerpos a la miseria, pero con sus corazones intactos, con una sonrisa cansada pero profunda. Con sus miradas encendidas, con su honor herido, con su tenacidad inelterada.
Caminaban como en una procesión de héroes. Estaban como yo, pero de pie y en camino a cunplir con su autopromesa.
Mi honor estaba sentado en un rincón junto a mí.
De repente, como un impulso, un fuego se encendió en mi pecho.
Veía más fotos en mi cabeza, corriendo mi primera maratón en Buenos Aires, atravesando Nueva York lleno de sonrisas, cruzando la meta en Rosario, eufórico con mi primer 10K, entrenando con mi equipo, tatuándome la pierna con el 42K como si fuera una unión para siempre con la madre de todas las distancias….
El fuego se hizo enorme, miré mis pies vendados, miré a la montaña, miré al cielo, sentí que mi orgullo me empujaba, que el corazón literalmente empezaba a golpear más intensamente dentro de mi pecho, que el desafío me provocaba una vez más, tal vez como pocas veces en la vida…
Tragué saliva… me sequé las lágrimas… respiré hondo… me puse de pie.
Y me dije… «VOY A TERMINAR ESTA CARRERA».
Determinación.
«Esto es una locura», pensé. Son 28 kilómetros, pero decidí aunque sea caminar.
Yo también había ido a buscar mi medalla en la meta, yo también quería ganar mi propia carrera, como aquella tarde de Noviembre en el secundario, en la que con el corazón en la boca, llegué primero que nadie.
Faltaba poco para la salida del último bus que llevaría a los corredores a la meta.
Hice todo rápido. Me vestí con ropa de carrera, busqué alimentos en la carpa. Armé la mochila. Me encinté los dedos, me puse vaselina, preparé la cámara.
Cargué la mochila con agua y dos botellas con isotónica. Las zapatillas de trail estaban llenas de barro porque la noche anterior ni siquiera tuve ánimo para lavarlas, de todos modos no se hubieran secado.
Ya no me importaba más nada que llegar a la meta, mi corazón estaba prendido fuego. Me puse mis zapatillas de calle, decidíterminar con ellas.
Tomé el último bus.
A la largada llegamos juntos, mi honor y yo.
Correr o morir
No se trataba de morir literalmente, claro… pero la elección era correr o morir, «morir» en el intento.
Y decirle a un corredor que se rinda, es una de las más deliciosas provocaciones que se le pueda hacer. Una de las más imprudentestambién.
Largué. Y a caminar. 28 kilómetros, «nada más». Buen día, bendito tercer día.
Kilómetro 4
El cielo estaba totalmente cubierto, humedad, lluvia otra vez.Apenas había guardado en mi mochila una campera negra de running, liviana, de buena calidad. La noche anterior no había ido a la charla técnica, porque estaba durmiendo en la camilla con suero. Pero había oído por ahí que iba a hacer mucho frio.
Kilómetro 8
Subidas y bajadas dentro de un bosque. Cada tanto la lluvia aflojaba, el bosque nos daba un refugio temporal.
Salimos de él, eramos pocos en mi línea, había salido tarde. Caminamos después por una zona plana, arenosa.
Kilómetro 13
Nunca sentí tanto frío en medio de una lluvia, nunca deseé tanto encontrar refugio. Pero nada.
La lluvia seguía, pero los árboles nos servían de techo. Trataba de no mirar el reloj para no saber la distancia que restaba hacer. Sólo pensaba que cada paso que daba, era uno menos que faltaba para la llegada.
En el kilómetro 20, aproximadamente, entramos a un Parque Nacional, ni me pregunten el nombre. Saqué un paquete de galletitas que llevaba en la mochila. Había consumido «lo de siempre», excepto geles, por las dudas… en realidad tomé sólo uno.
Empiezo a ver que adelante van dos corredores más. Los voy alcanzando. Un puesto con agua, con dos personas que nos dicen que faltaba un kilómetro para salir a una ruta que nos llevaría hasta el paso fronterizo con Argentina. Era mi primer diálogo con otras personas en muchos kilómetros.
Cuando arranco ese último tramo, simplemente grito, grito muy fuerte, es como si de repente me hubiesen inyectado una jeringa con euforia.– «Vamos mierdaaaaa!
«Epílogo apasionado
«A cuánto desafío se atreve un alma que corre?
Se puede medir?, se puede pesar?, se puede mensurar un desafio acaso?
Qué busca esta gente que corre?…. busca probarse?, demostrarle algo a los demás?, volar hacia otro planos?, reir?, llorar?. Busca a Dios?, se busca a sí misma?…»
El cuerpo es un milagro que para nosotros, los que creemos en Dios, es inexplicable. Sólo comprendido por Él. Sólo posible de ser creado por Él.
Si no, que me expliquen cómo es que pude empezar a correr, sí; a correr en esos dos últimos kilómetros después de casi 100.
No lo podía creer. Miré mi Garmin y estaba yendo a 5 minutos por kilómetro, cuando a la mañana apenas podía caminar. Era la euforia, la ansiedad, la felicidad.
Y como no podía ser de otra manera en mí, empecé a hablar en voz alta y a llorar.
Lloraba como un chico, lloraba de emoción. Y al mismo tiempo reía a carcajadas como un enajenado. Así como a veces llueve con sol, mis ojos llovían con una risa visceral al mismo tiempo.
Cuando ví que el arco estaba cerca, lloraba y reía más fuerte aún.
No podía creerlo.
En esos momentos sólo pienso en la fuerza del amor, en lo fuerte que es la voluntad, en el poder de la mente, en el milagro de la vida… en eso que llaman «DETERMINACIÓN».
Otra vez quería que ese momento se congelara para siempre… últimos metros, el cielo gris tenía para mí un rayo de sol imaginario para mi llegada.
La lluvia era una bendición, como si Dios también sonriera llorando, viendo a tan pequeño ser lograr semejante cometido.
Abrí mis brazos, los extendí mirando al cielo.
El milagro había ocurrido.
Había cruzado la meta.
Ya no hay dolor, ya no hay miedo, ya no hay lágrimas de tristeza.
Sólo estamos en la línea de llegada, mis piernas molidas, mi corazón apasionado, mis lágrimas dulces, mi honor intacto y mi medalla puesta… todo en el mismo cuerpo.
Determinación. Como en la vida, en las carreras. Como en las carreras, en la vida.
GRACIAS POR VENIR (a esta locura)
Muy buena cronica, que bueno que hayas terminado!!
Felicitaciones flaco…Te leo y sueño con hacerlo en unos años….
Cada palabra me hizo lagrimear… Tener piel de gallina
En el 2018 voy x mi primer cruce
Gracias x compartir tu gran y única experiencia