En los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, Bolt se convirtió en una sensación mundial con tres oros y tres récords mundiales. Su irrupción marcó un antes y un después en el deporte, y desde entonces se convirtió en un ritual sagrado: Bolt compite, se luce y gana. Sin embargo, una vez demostró que es un ser humano.
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En el Campeonato Mundial de Atletismo de Daegu, en 2011, Bolt era, una vez más, el centro de atención. Dos años atrás, en Berlín, había corrido más rápido que cualquier ser humano. En Corea se esperaba mucho y allí estaba él, en la final de los 100 metros llanos. Esa noche del 28 de agosto, en los minutos previos, saludó al público, a las cámaras. Se relajó, sonrió y se acomodó para correr.
En sus marcas, listos… y un instante antes de que se indique la largada, Bolt tuvo una salida en falso. Sus rivales se miraron sorprendidos. Yohan Blake, quien daba por hecho que se quedaría con el segundo lugar, sonrió por dentro al descubrir que su medalla de plata se convertiría en oro: Usain Bolt quedaba descalificado al tiempo que se sacaba la camiseta y maldecía lleno de frustración.
Bolt no pudo correr esa final y sí, Yohan Blake fue finalmente campeón mundial con un tiempo de 9.92 segundos. Le habría servido sólo para un segundo puesto con su rival en competencia.
El programa de Bolt en Daegu no terminaba esa noche: aún le quedaba competir en 200 metros y en 4×100 metros (junto a sus compañeros del equipo de Jamaica). Los grandes saben reponerse, y así fue como dejó atrás el mal momento y consiguió las dos medallas de oro restantes. Ser humano y ser más. Eso es ser Usain Bolt.
Así fue el frustrado momento de Bolt y el posterior triunfo de Blake:
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